Bien temprano, sin que hubiera despuntado el primer rayo de luz del día, y ya llegando, sonó el teléfono: -"Buenos días... ¿por donde vas?"-, -"Por Las Pedrizas... tardo unos diez minutos"-, -"Venga, te espero, que esta noche ha llovido y va a ser un buen día de setas"-.
Efectivamente, la noche anterior había llovido algo, las nubes se estaban alejando, quedándose el cielo raso, y con toda seguridad, el agua caída y el calor del nuevo día harían su trabajo animando a que las setas de cardo del bosque asomaran la cabeza. Justo lo necesario, humedad en el suelo y calor el ambiente.
Pero tendríamos que ser rápidos, de no ser así otros buscadores de setas nos ganarían el paso y llegarían antes que nosotros al bosque, con lo que llenarían sus canastos y nos quedariamos "a verlas venir"..


Una a una, fueron apareciendo y las navajas empezaron a trabajar, cuidando de cortarlas sin dañar las raíces, casi con mimo , por la base del pie , sin hurgar el terreno, para que puedan salir nuevas floraciones. La bolsa poco a poco se fue llenando. Según aparecían, cada una era una emoción, una autentica "fiesta", un regalo de la naturaleza generosa.
Las setas de cardo con muy fáciles de identificar, su sombrero es hemisférico, y luego aplanado, de 3 a 12 centímetros de diámetro, con el borde incurvado y excentrico respecto al pie. El olor es muy variable, desde el crema pálido hasta el pardo castaño oscuro. El pie es cilíndrico, macizo, como "goma de borrar", color blanco. Pero sobre todo, la facilidad de la identificación estriba en que casi siempre se encuentran junto a los troncos de los cardos (Eryngium), sobre las raíces de la planta desarrollada el año anterior, de los que se nutre.
Subimos hasta los pedregales ya con la niebla desaparecida, y el lo alto, cerca del mirador, nos sentamos apostados , viendo el paisaje , y dando buena cuenta de la comida que traíamos en la mochila, mientras que a los lejos desaparecían las ultimas nubes que se habían quedado enganchadas , como algodón entre los picos de las cumbres.