sábado, 19 de marzo de 2011

Historia de Una Escalera, o "El Asesinato del Capitan" (Tercera Parte)

Ya hacia casi siete meses , que los engranajes se habían desengarzado soltándose de sus ejes, y el caballo de la guerra fratricida galopaba desbocado y a sus anchas por los pueblos de España.

En aquel pequeño lugar perdido entre montañas , y justo por los días en que allí florecen los almendros, las dos mujeres veían como en una cabalgada sin sentido, había llegado el horror a sus puertas, como si no fuera suficiente con el que ya habían vivido.

El autobús ya había rebasado el desvió de la entrada al camino del molino de Las Tres Piedras. Cada vez estaba más cerca, entre los ruidos de su marcha ya se podían escuchar, con total claridad las voces del Capitán y se podían ver los gestos de su semblante desencajado, cuando se paró otra vez en la carretera. Sin dejar de repetir la misma frase: -"Los de mi compañía , al Rosario"- , dirigió sus gestos a otro grupo que se había parado ante los gritos, y ya apuntaban sus miradas hacia detrás. Les dió una orden gestual que dos de ellos obedecieron con rapidez, acercándose a la puerta y subiendo por las escaleras metálicas de un salto, casi cuando ya había reiniciado la marcha de nuevo el vehículo.

Desde el Cuartel General de las fuerzas leales a la República en la zona, en Villanueva de Cauche, llegaron ordenes tajantes: -"Retirada de las posiciones y reagrupamiento urgente en Las Pedrizas"-. De no efectuar el repliegue con suficiente rapidez, corrían el peligro de quedarse aislados frente al empuje de las bien equipadas tropas de los sublevados, el Regimiento Castilla y los italianos del General Mario Roatta Mancini mandando el "Corpo Truppe Volontaire", que desde Archidona habían llegado por un lado a Villanueva del Trabuco y por otro lado estaban a punto de controlar las primeras estribaciones de acceso al Puerto de las Pedrizas por la cuesta del Romeral , en una rápida maniobra de pinza.

Se retiraron de la ventana, ocultándose a los lados, junto a las cortinas, para no ser vistas. Las pequeñas se pegaron a las piernas de sus madres. El autobús ya estaba cerca y pasaría en unos segundos frente a la casa. Cuando ya estaba casi a sus puertas, cambiaron de posición, acercándose al balcón de la fachada para observar lo que ocurría. Se había parado justo frente al edificio. Trini observó de reojo la puerta, estaba atrancada, soltó un suspiro de alivio, pero se dió cuenta de que la puerta trasera, la que daba al corral y al huerto, no estaba bien cerrada. En un rápido movimiento reflejo apartó a su hija, y se lanzó a la carrera sobre los pestillos y cerrojos dejando la puerta bien cerrada mientras las demás seguían sus pasos con semblante asustado.

María miró el reloj que seguía en su monótono tíc-tác, y luego a su hermana, menor que ella, y de la que además se sentía protectora, ella le aguantó la mirada por un segundo. El tiempo corría tanto como el miedo que sentían las dos en su interior, y que se transmitían con los ojos. Las dos sabían del riesgo que estaban corriendo.

Por un lado un ejercito desorganizado, mal equipado y en desbandada, en una situación critica y fuera de control. María y sus hijas ya habían tenido una desagradable experiencia la tarde anterior, cuando habían salido del pueblo marchando a la sierra para allí pasar la noche, tratando de escapar de la complicada situación , se habían encontrado con dos milicianos, desertores de sus unidades, y escondidos entre las peñas. Ante los intentos de los dos hombres por dejarles sin la poca comida que ella y sus hijas se habían llevado de la casa, María supo hacerles frente y salvar la situación ofreciéndoles compartir el pan y las chacinas que tenía. Salvó el trance, pero sabía que todo podría ocurrir en aquellos momentos de desorden.

Por otro lado, habían escuchado hablar de las atrocidades que las tropas "moras", que habían controlado el frente de Antequera desde el mes de Agosto, habían realizado tanto con civiles como con militares, y sabían que eran esas fuerzas las que estaban avanzando hacia el pueblo. Reales o no los rumores, habían hecho que, ante el miedo, decenas de familias hubieran huido hacia Málaga la semana anterior, tratando de escapar de la barbarie y las posibles represalias.

Efectivamente, en Antequera había quedado una guarnición de 1.800 hombres, de los que 400 pertenecían a la Compañía del Tabor de Regulares de Ceuta, y el resto eran tropas de Marinería. Hasta el propio General Varela tenía que tomar medidas "disciplinarias" ante el temor que estas tropas ejercían entre la población:

"Parece ser que sus harcas de regulares (en relación al general Varela) han cometido han cometido algunas tropelías al entrar en los pueblos conquistado. A los moros les gustan las mujeres, los relojes y los dientes de oro. Con un -"tu estas rojo"-, juzgan, condenan y ejecutan a quien no se dejan quitarla mujer, los relojes o los dientes de oro... el bilaureado general se ha indignado y ha tenido que imponer severas sanciones y ordenar drásticas instrucciones. Pero también le ha causado un deplorable efecto ver cadáveres de no combatientes, con las manos atadas a la espalda, en los bordes de los caminos... ¡Esto no puede ser! , Varela quiere poner coto a esas barbaridades, y ha decidido hacerlo como sea, y a costa de quien sea. La guerra es una cosa. Las masacres injustificadas son otra que no debe admitirse. Varela hace la guerra con guante blanco."

Los temores pues, no eran infundados y las dos, sin conocimientos alguno sobre estrategias militares y mucho menos políticas, podrían intuirlos con facilidad.

Detrás de los cristales del balcón esperaban ver como el autobús cruzaba por delante de la casa. Pero no ocurrió eso, justo frente a ellos, el autobús había parado nuevamente. Observaron como dentro se podía ver al oficial discutiendo con el resto de los soldados , y parecía estar tratando de hacer respetar sus ordenes. El Capitán se dirigió al conductor y el motor arranco otra vez, y allí mismo, en el ensanchamiento de la carretera, inicio una maniobra, dando la vuelta al vehículo. Mientras dentro seguían con la acalorada discusión. Terminando la operación , enfilo su marcha en dirección al Rosario por la recta de la carretera, retrocediendo sobre el camino que había traído .

Ahora se podía ver la trasera del autobús amarillo, y al Capitán anclado nuevamente en los soportes de la puerta entreabierta. En ese momento Rosarito se dio cuenta de que la escalera plegable , que normalmente se usaba para subir a la baca los bultos y maletas de los viajeros, no estaba en su sitio. ¿Donde estaría?. Un detalle sin importancia, que habría pasado desapercibido para cualquiera, pero que a la curiosa niña le había llamado la atención. Lo comentó con sus hermanas en un susurro contenido, mientras seguían viendo alejarse al vehículo en la dirección del pueblo, de donde había venido.


(La frase relativa al general Varela esta tomada de http://miguelangelmelerovargas.blogspot.com/2011/02/la-ciudad-de-trinchera-ii.html,
y que referencia a su vez al libro de José Luis Vila-San-Juan " Garcia Lorca, Asesinado: Toda la verdad". Editado en 1966 por Editorial Planeta, S.A.)

1 comentario:

Anónimo dijo...

Testigos de la verdad.
Un trabajo duro el recopilar datos, los recuerdos de otros y poder contarlas.
Tu lo sabes hacer.
Ricardo,no pares animo!