sábado, 14 de febrero de 2009

El Saco de Sal (Salinas de San Vicente)





De vez en cuando es recomendable e incluso necesario perderse, ya sea voluntaria o involuntariamente. Yo lo hago con menos frecuencia de lo que me gustaría , pero sí siempre que tengo la ocasión . Creo que realmente es un ejercicio sumamente saludable, que junto a sacos de naranjas y limones, con jamones de pata negra, tendrían que ser recetados por los médicos de cabecera de la Seguridad Social para solucionar el problema de las listas de espera médica y la mayoría de las dolencias de que padecemos, creo que se lo propondré al ministro de sanidad, a pesar de que a los fabricantes de medicamentos no les interese el asunto.

Y si este perderse es en Cádiz ya si que no hay solución, solo hay que dejarse perder y que no nos busquen, que seguro que apareceremos, con una sonrisa en la boca y coloretes en las mejillas. No solo en la ciudad de Cádiz, también en su contorno, en la bahía que la circunda.

Una de mis "perdídas" fue hace unos 4 años en San Fernando, seguí la vía del tren saliendo de la ciudad, pasados los edificios del astillero de La Carraca, se llega al puente metálico del ferrocarril que cruza el Caño de Santi Petri, el único navegable que comunica la bahía con la zona este del mar y que cierra la isla del León. Desde las barandillas del puente metálico el panorama es un espectáculo, tanto a una lado como al otro, con un mar de color especial siempre cambiante dependiendo de a donde dirijamos la vista. Me llamó la atención una porción de tierra surcada por canales por donde se adivinaba corría el agua del mar en el sentido de las mareas, forzando la entrada de agua con la marea alta y reteniéndola mediante un sistema de compuertas que hacía que se encharcaran llenándose los "bancales" que se encontraban en el interior de canales. Me fijé en las montañas blancas que aparecían en los costados de los "bancales".

Caminé en dirección a la zona y ya pude ver que se trataba de una salina. En las pequeñas casas que había a la entrada no veía a nadie, así que seguí adelante y me encontré junto a las "montañas" blancas que había visto desde el puente. Efectivamente se trataba de sal, la "cosecha" de sal recogida en los "bancales", que aparecía amontonada en montañas blancas junto a las que había los restos de una antigua factoría salinera, con maquinaria abandonada y en algunos puntos de los canales, grandes barcazas de las que se usaban para transportar la sal desde la salina hasta los barcos anclados en el puerto efectuando sus preparativos para el viaje a América. La sal habría de ser elemento indispensable para mantener los alimentos en buen estado durante el largo viaje.

Seguí husmeando por la salina a mis anchas hasta que, de repente, apareció una persona que venía por el camino desde las casas de la entrada. Un hombre con cara de pocos amigos se acercaba y lo peor es que junto a él dos perros ladrando y con malas pulgas y mucha peor cara que su amo, y esos ladridos sí que me impresionaron e incluso me "acongojaron" un poco. El hombre los paró con una voz de mando y ya me tranquilicé. Se acercó y después de un saludo amistoso le comenté que no había nadie cuando pasé por la entrada y que solo quería conocer el lugar y hacer algunas fotos, mostrándole mi interés por saber más de la salina y su entorno.

Le faltó poco para iniciar una charla y contarme montones de cosas sobre la salina de la que me aseguró que estaba funcionando permanentemente desde época romana y que su familia la tenía como medio de vida desde 1779, año en que empezaron su actividad con el nombre de Salinas de San Vicente y que era la única de la zona en la que se sigue sacando la sal de forma artesanal.
Me explicó como se hacía, enseñándome el sistema de canales, presas y represas.

La salina tiene una serie de compartimentos, con niveles de base diferentes, que permiten el control y la circulación de agua hasta un sistema de compuertas. El agua entra por el "caño" cuando sube la marea, llegando a una superficie de almacenamiento o "estero", que se comunica con otros esteros a voluntad mediante compuertas, y que también se suele utilizar para el cultivo de peces. De los esteros el agua pasa a otra balsa o superficie de preparación de la sal en la que el agua procedente del estero va incrementando la concentración salina. Esta última superficie se divide a su vez en tres zonas: el lucio, de mayor profundidad, la retenida, de nivel medio, y el periquillo de menor profundidad, a los que sigue una superficie de cristalización llamada tajería, compuesta por uno o varios estanques rectangulares de muy poco fondo, los cristalizadores, donde se obtiene la sal por cristalización del agua.

Me resultó especialmente curioso el sistema de pesca que se realiza en los esteros. Róbalos, doradas, lisas, lenguados y otras especies, son arrastrados por la corriente y retenidos en estos esteros, conde son pescados con una pequeña red, entrando los propios pescadores en las balsas para arrastrarla. La instalación es visitada por grupos para los que se organiza una de estos "despesques", siendo preparados los peces a la brasa en la propia orillas de los esteros y degustados in situ por los visitantes.

El caso es que pasamos media mañana entre unas cosas y otras, al final me traje un saco de sal, me cobró por el saco 2,5 euros y el saco tenia, y tiene, 25 kilos de una sal buenísima para hacer una carne o un pescado "a la sal".

Acerqué el coche, cargué el saco y nos despedimos emplazándonos para otra visita que aún no ha llegado.

¿Y con el saco de sal que?. El saco se quedó en casa, traté de repartirla entre familia y amigos, pero nadie estaba por el regalo, así que deje en la terraza del salón el saco y su mercancía casi completa. Con tan solo unas semanas de olvido, el saco ya no era un saco de sal, ya era una piedra salina. Con la humedad se había solidificado y ya poco de podía usar de el a no ser con martillo y cincel. Aquí esta el saco, guardado por dos macetas, cual guardias civiles que lo controlen. Varios intentos ha habido en la casa por dar un golpe de estado y sacar por la puerta a la basura el saco y su contenido, pero nunca han llegado a buen fin. Aquí esta, esperando encontrar un destino adecuado. Un pajarito me ha dicho que la sal o se usa o siempre ha de llegar al lugar de donde procede, al mar. Yo que suelo hacer caso a los pajaritos ando esperando el momento de regresar con el saco al mar de Cádiz y esparcir la carga salina en las playas de la Caleta, bañada por el Atlántico.

No estaría mal hacerle una fiesta de regreso a su casa al saco de sal.







(La primera fotografía es del Caño de Santi Petri, tomada desde el puente metálico del ferrocarril, las otras dos son de la salina de San Vicente, y la última es del saco de sal que tengo en casa desde hace casi 4 años. Cuando les visité no estaban "internetizados", pero ahora he visto que tienen una pagina que os dejo, es agradable ver como se modernizan siguiendo con la tradición a la vez: http://www.salinasanvicente.es/?mod=home .
En el vídeo, una canción de "ida y vuelta" : Habaneras de Cádiz , cantada por Pasión Vega)

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