miércoles, 31 de diciembre de 2008

Cristo Va... Cristo Viene...La Puerta (Cuarta Parte)

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Al otro día ella partió, y sin embargo como si nada hubiese sucedido, le dejó encargos para hacer trámites referidos a los bienes heredados, y con seducción escénica, le pidió velase por la casa y el huerto. Él aceptó por estoica dignidad. De ves en cuando recibía carta de alguna parte de España; Celestino las abría con cierta ansiedad, pero era siempre lo mismo, algún favor pedido, algún recado por hacer.

-"¡Oh, si ella me viera en este estado"- exclamó en una risotada demencial mientras se incorporaba torpemente. Por fin pudo incorporarse. Sentía la camisa pegada al cuerpo por el sudor y la sangre; se la quitó con dificultad y luego hizo lo propio con el resto de la ropa. Llenó por enésima ves la jarra y alzándola por sobre la cabeza con mano temblorosa derramó lentamente el contenido sobre su cuerpo maltrecho. Luego quedó mirando la puerta iluminada por la vela que ya languidecia. Se acercó a ella; la rozó con una de sus manos mientras le repetía en un susurro: -"mi bella, mi amada puerta, ya conoces mis secretos; me los has escuchado decir como un tonto esta misma noche, pero sé que sabrás guardarlos celosamente... mi puerta, mi dulce niña dormida; tú si que te abrirás para mí; no me dejarás fuera "-. Lentamente se acostó boca abajo sobre ella y la acariciaba de manera muy tierna, y besando repetidamente la rústica madera, se le fue pareciendo la blanda, la tibia, la delicada tersura de la piel de su mujer, y repitió una y mil veces entre las gotas de vino que caían de su pelo mezcladas con el salobre manantial de sus lágrimas: -"Mi bella, mi amada puerta, mi dulce niña..."- hasta que se quedo profundamente dormido.

Los ojos de Celestino se abrieron desmesuradamente. En el cortijo reinaba una tenue penumbra generada por delgados rayos de sol que se filtraban por algunas grietas. Desde fuera llegaron voces. Con gran agilidad saltó hacia una de las paredes y abriendo apenas la celosía de uno de los ventanucos averiguó lo que sucedía. Un grupo de vecinos pasaba por el sendero llevando herramientas de labor. -"¡Chusmas!"- exclamó con rabia. Luego dirigiéndose a su puerta le dijo: -"No te preocupes, nadie te verá en ese estado"-.


Pasaron varios días en los que casi no apareció por el pueblo. Solo llegaba para buscar algunos elementos que le eran necesarios para su secreto operativo. Los vecinos lo notaban con mejor carácter que de costumbre. Su clásica parquedad era ahora saludo amable y hasta hubo quien aseguró escucharlo cantar una copla mientras encaraba el camino a Campuzano. Celestino era feliz. Paso a paso su obra tomaba forma. Primero comenzó por desnudarla quitándole con esmero pero con delicadeza toda la costra vieja y carcomida. -"Vamos, vamos preciosa, que esto no duele"- le decía con afecto. En pocos días finalizo su tarea y una mañana muy temprano, colocó con orgullo la puerta en el cortijo y la anterior la destinó para el fuego. A poco, la puerta fue comentario en el pueblo. -"¡Que puerta más guapa tienes!- Le decían al pasar con una mezcla de curiosa intriga. -"¡Malditos!"- mascullaba Celestino mientras dibujaba una falsa sonrisa. -"¿ De donde la has sacado?"-, -"Mis buenos trabajos me ha costado"- contestaba Celestino.



Continuara......

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