sábado, 27 de diciembre de 2008

Cristo Va...Cristo Viene, La Puerta (Tercera Parte)


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Seguí bebiendo y por momentos reía como un tonto, y súbitamente cambiaba la risa por el llanto. Muy de vez en cuando le habían llegado castas de ella, pero en las que siempre había un favor pedido, generalmente algún tramite en relación a la propiedad de sus padres luego que ellos fallecieron. Por esas cartas supo que había logrado su sueño y se había relacionado con algunas compañías teatrales y una vez incluso le escribió desde Holanda. Pero Celestino creyó morir de alegría cuando no más de un año atrás recibió aquella otra, en la que le decía que haciéndose vinculado a un dramaturgo llamado Federico Garcia Lorca quien había montado un teatro itinerante llamado "La Barraca", aprovecharía a visitar el pueblo pues debía trasladarse a Andalucia. Al leer la noticia el corazón de Celestino latió hasta doler. -"Te iré a buscar cuando llegues a Granada"- le contesto. Y comenzó los febriles preparativos. Compro cortinas y sabanas nuevas para transformar su cortijo en un nido de amor. Separo las herramientas, oculto los toneles, limpio y ordeno todo con esmero. Llegado el día, gasto sus dineros en contratar al "Tate" quien con su trepidante automóvil, hacia el único servicio entre Orgiva y Granada. De Fondales a Orgiva, otra importante suma para el carro de Joaquín, el único con caballo presentable. Cuando se encontraron, Celestino comprobó que aquellos veinte años transcurridos, no habían hecho mas que afirmar la belleza de Nora. -"Si , tal vez todavía hay tiempo"- pensó con excitación. Durante el viaje, ella hablaba locuazmente , y narraba sus viajes y sus experiencias. Pero el no escuchaba; solo la contemplaba extasiado y se sumergía en el pensamiento. Era una mujer diferente a todas, no solamente por su fina y moderna vestimenta, o su peinado y profuso maquillaje, sino por sus modales sueltos y seguros. El viejo engranaje social que durante siglos había estado herrumbrado, rechinaba en sus primeros movimientos como si fueran gritos de una parturienta, gracias al aceite que sobre el estaba derramando generosamente la nueva República en todas las esferas y sobre todo en el papel reservado a la mujer. En Nora , esto se destacaba. Celestino estaba feliz porque ese anillo incompleto que torturó su vida durante tanto tiempo iba por fin a cerrarse y darle paz; ¡el día esperado había por fin llegado!.


Cayendo la tarde, la invitó a visitar el cortijo, -"¿Pero que has hecho en este lugar?"- dijo ella terminando la frase con una risa entrecortada mientras no cesaba de asombrarse viendo aquellas galas que adornaban y disimulaban la rusticidad del ambiente. Celestino se acercó a Nora y apoyando sus manos en el talle de ella, le dijo tiernamente: -" Es para nosotros, para que vivamos aquí y ahora lo que hemos suspendido tanto tiempo atrás"-, -"¡Estas loco!, vamos regresemos al pueblo"- dijo ella mientras se separaba de su lado. Por un momento, él no supo que hacer, ni que decir, pero entendió que algo fundamental en su vida estaba en juego. Por fin, se animó y le dijo: -"Nora, dame aunque más no sea, una noche, ésta, esta noche; hay veces en que siento que la muerte me anda rondando y junto a ti vida seria"-, - -"Celestino, ¡por favor!, no seas ridículo"-, -"Nora, no te imaginas como he soñado este momento; durante años he mantenido viva la esperanza de verte otra vez. Era como tener encendida en mi, una llama que te indicara el camino del encuentro. Por momentos era muy débil y en otras quemaba por su intensidad. Me he mantenido informado de todas tus idas y venidas, de tus amores pasajeros... ¡mira!, ¡mira!- y Celestino abrió con violencia en viejo arcón y sacaba y arrojaba por el aire cientos de recortes de diarios y revistas. ¡Mira, todos hablan de ti"-, dijo acercándose a ella y mostrando en su mano crispada un último montón de recortes. Nora, parada en medio del lugar no salia de su asombro. -"¿Pero de qué te estrañas?- pregunto Celestino con un gesto agrio, para luego agregar: -"¿Te parece fuera de lugar que te confiese mis sentimientos o crees que es demasiado pedir el estar una noche más, tan solo una contigo, ¡ una sola y miserable noche más!"-, a lo que ella contesto en un tono que parecía estar en una de sus actuaciones: -¡Ay los hombres!... ¡todos iguales!"-, -"¿Cómo que todos los hombres?, yo no soy "todos los hombres" soy solamente uno,que te está pidiendo, rogando una simple copa de amor para calmar esta sed de años"-.


Y ahora un año después, Celestino sentado en el suelo, sucio y ebrio escanciaba una vez más la jarra, y recordaba aquel instante en que ella tal vez dudó la respuesta, pero al fin pronuncio un "no" rotundo que a él le pareció como el estrépito de un portazo que quedó retumbando profundamente en su interior. ¡Ay! de ese "no", máxima demostración del poder femenino, un "no" autoritario que rompe en mil pedazos la tierna sensibilidad de los hombres, escondida tras la carcasa viril que la genética les obliga a mostrar al mundo. ¡Que dura pero frágil es la estabilidad emocional masculina ante esos "no" que ellas manejan a su voluntad!. Empleó todos lo recursos posibles para torcer esa negativa. De nada sirvió emplear la imagen del anillo sin cerrar o de aquella frase esperanzadora pronunciada por ella: -"¿Porque tiene que ser la última vez?, y que él había tomado como una promesa de la vida. El "no" seguía firme, sólido, inconmovible, como una puerta con mil cerrojos. Por fin, y agotados todos los recursos, le dijo: -"Por lo menos, déjame abrazarte por un momento"-, ella accedió. Celestino se acercó, y en silencio la abrazó tiernamente... sintió la tibieza de ese cuerpo, el delicado perfume que exhalaba de mil flores de lugares ignotos, el latir se ese corazón, tan cerca pero tan distante. Y así se quedó unos minutos eternamente frágiles, ridículamente necesarios, mudo, con la cabeza gacha apoyada contra el pecho de ella, observando con ojos desorbitados un punto cualquiera del suelo, cual si fuera un niño que consuela su llanto y espanto en los brazos de su madre a la que creía perdida. Luego, integrándose a la escena maternal, le susurró con dulzura pero con firmeza al oido: -"Bien... bien.. ya esta bien"- y lo apartó de su lado. Regresaron a Fondales casi sin hablar. En verdad deseaba estar solo para tratar de digerir la soberbia angustia que lo oprimía.


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Continuara

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