jueves, 2 de octubre de 2008

Estepa







Estando en época de chamá, con las despensas y alacenas menguadas, decidimos pasar a tierras de cristianos, en donde nos habían informado que hacen grandes fiestas, justas, torneos, competiciones de cetrería y tiro con arco, a la vez que mercados en los que podríamos vender bien nuestras cosas.

Afilamos las cuchillas para cortar el cuero y tensamos la urdimbre de nuestros telares poniendo manos a la obra para tener suficiente mercancía.

Las cuchillas no pararon y la música del telar no dejo de sonar.

Cargamos nuestro carro y marchamos a tierras de Estepa, pues nos habían llegado noticias de que para la celebración de su patrón Santiago "Matamoros", habían organizado suntuosas fiestas en la entrada del castillo, junto a la Iglesia de Santa María, ya dentro de la muralla que protegía la ciudad.

Ya hace mas de dos siglos, en 1240, la ciudad y su fortaleza fueron tomadas por las tropas de Fernando III el Santo y entregadas pocos años después a los Caballeros de la Orden de Santiago, quienes crearon en la zona una Encomienda que aún controlan. Lo que antes habían sido nuestras fronteras con las tierras castellanas, ahora lo son pero en sentido contrario.

Estos últimos años hemos convivido las tres culturas comunicándonos y conviviendo pacíficamente, a excepción de algunos periodos de escarceos guerreros intermitentes entre una zona y otra, provocada por los nobles y señores de los contornos fronterizos.

Ahora todo estaba en calma y había tranquilidad, pero eso no nos impidió tomar las debidas precauciones para nuestro viaje a tierras castellanas.

Atravesamos los montes llegando a la vega de Antequera, junto a la majestuosa Peña que dicen "de Los Enamorados" , a pocas leguas estaba la frontera así que con prudencia en nuestras manifestaciones y vestimentas recorrimos los llanos cercanos a nuestro destino.

El lugar de celebración de las fiestas y mercados era el Cerro de San Cristóbal, donde hay un alcázar árabe y un castillo amurallado cristiano junto a la Iglesia Fortaleza de Santa María. Todo está ubicado en una meseta en forma de almendra, desde la que se domina y controla por entero la Encomienda, atravesando por la coracha y el primer lienzo de muralla, entrando por la empinada cuesta del Carril de Santa María ya casi a la sombra de las paredes del castillo.

Llegamos a la plaza ya cuando todos los comerciantes estaban colocando sus puestos y tenderetes, así que nos aprestamos a tomar buen ejemplo.

El gentío no tardó en amontonarse ante los puestos y el murmullo de los tratantes se hizo cada vez mas fuerte e incesante. Las mujeres se agolparon en nuestro puesto probándo, cogiendo y manoseando nuestros zurrones, alforjas y faltriqueras y nuestra bolsa empezó a sonar llenándose de monedas tintineantes. La gente charlaba, comía y bebía junto al correteo de la gente menuda y las competiciones de caballeros en sus justas y concursos, ansiosos por llevarse los mejores premios y trofeos.

El día fue largo, no pudimos marchar hasta pasadas las doce de la noche, ya con luz de las antorchas de estopa y candiles de aceite colgados de las paredes de piedra.

El esfuerzo fue grande pero mereció la pena. Regresamos con nuestras bolsas llenas y bien guardadas. Al menos durante unas semanas volveríamos a llenar nuestras alacenas.

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