viernes, 6 de junio de 2008

Mora Luna (Cuarta Parte)



Antes de partir, Pedro extrajo de su bolsa un curioso collar de hilo negro trenzado que engarzaba con una delicada redecilla, un cuarzo translúcido de singular belleza. -"Toma" - le dijo Pedro mientras sujetaba el collar en el cuello de Luna, -"Se lo compré para ti a una gitana. Me dijo que es mágico" - Luna tomo la piedra cautiva y trato de mirar a través de ella. Mientras lo giraba lentamente, el color grisáceo del cristal tomaba diferentes matices, y por momentos lo igualó a una gran gota de agua solidificada, - Te veo difuso, lejano: la visión que me brinda me da cierto temor" -" Vamos", dijo Pedro tratando de esbozar una sonrisa". -"tampoco es cuestión de creer lo que me ha dicho la gitana", - Luna extrajo de un bolsillo de su falda una pequeña navaja y con ella cortó un grueso mechón de su cabello, -"Toma, no tengo otra cosa que darte, pues ya te llevas mi propia vida", -"Démonos el último beso"- dijo Pedro mientras anudaba el mechón antes de guardarlo bajo su camisa. Y así, en medio del puente, se quedaron fundidos en un larguísimo beso que pretendieron prolongar hasta la eternidad.

Mora Luna volvió a concentrarse en las múltiples actividades que le eran familiares; ayudaba a su madre en casa y acompañaba a su padre a guardar y ordeñar las cabras, o al cuidado de los olivos y generalmente pasaba gran parte del día atendiendo el huerto. Pero los sábados por la tarde, indefectiblemente podía vérsela en lo alto de la piedra que escalaba con agilidad felina, mirando atentamente el sendero, que como una delgada línea zigzagueaba cuesta abajo del cerro. -"¡Pronto volverá!"- decía Mora Luna como hablándole al río -"y lo primero que le pediré es que cumpla su promesa de llevarme a conocer el mar".-

A razón de una vez por mes, recibía carta de Pedro. La niña, con su tesoro en las manos corría entonces a la iglesia: - "!Padre, padre!, ¡llegó carta de Pedro!" - exclamaba con ansiedad, -"léamela...¡por favor!"- y el cura poniendo los ojos al Cielo decía: -"Pero hija, ya te he dicho que no es bueno que yo te lea las cartas de Pedro, ¡te dice cada cosa!" - "¡Por favor!" -, rogaba la niña con mirada suplicante mientras le extendía el sobre.-"Esta bien, pero esta será la última que te lea, ¿de acuerdo?; ¿has visto que importante hubiese sido ir a la escuela en vez de andar por esos montes?- Y el viejo cura empezaba entonces cubriendo con un pudoroso manto de censura las partes mas apasionadas del texto. En algunos párrafos, detenía la lectura, entreabría la boca por el asombro y carraspeaba mientras acomodándose con disimulo las gafas, miraba de reojo a la niña que esperaba con inquietud la continuación de la frase interrumpida. Se cambiaba entonces el sentido del texto, pero Luna continuaba en su éxtasis porque para ella seguían siendo palabras de Pedro que le hablaba de los paisajes de Barcelona, de los ahorros logrados y de la reiteración de la promesa que se habían hecho de una vida en común. - "Bien, eso es todo", - dijo al finalizar -"y no olvides confesarte el domingo" - Mora Luna regresaba a su cortijo apretando dulcemente la carta junto a su pecho. La guardaría junto a las otras en una cajita de cartón la cual, como un cofrecito fiel, custodiaba todo un mundo de sueños acumulados en esas hojas que venían del Norte. Pero de pronto y sin una explicación válida, las cartas dejaron de venir. Para Mora Luna el tiempo se hizo interminable y los días y los meses se cubrían con el peso de una angustia de plomo, muda, expectante y en todo caso insoportable. Se fue apagando el cascabeleo de su risa y su paso alegre por las callejuelas del pueblo, se transformó en el sigiloso transitar entre penumbras, tratando de evitar encontrarse con la gente para que no le preguntasen por Pedro. Y poco a poco fue madurando la idea que tal vez en Puerto Jubilei encontraría respuesta para sus dudas y alivio para su inquietud. - "Si"- pensó-"lo mejor sera ir y consultar a su familia; ellos sabrán lo que ocurre".- Nunca había estado en el pueblo de su añorado Pedro, pero no era lejos, ni tampoco difícil de llegar, a lo sumo dos horas de marcha camino a Tovizcón. Una calurosa tarde de mayo decidió dar final a su preocupación y emprendió la marcha. Paso a paso, fue ascendiendo la cuesta que parecía mas empinada que de costumbre. ¿Como la recibirían?. Pues no lo sabía ni le importaba. Y continuaba su andar con sincronía, sin desfallecer. El camino le mostraba con sus zigzagueos, los múltiples perfiles del paisaje, pero ella estaba inmersa en sus pensamientos. Por fin llegó al cruce y tomando hacia la izquierda tránsito entre los sombríos encinares del otro lado del cerro. El Sol implacable que se filtraba por entre las tortuosas ramas por momentos la cegaba, pero Luna quería ver mas allá de su entorno. Paso por la "Hoya del Cura" y frente a la cueva del mismo nombre que los pastores suelen utilizar de refugio para sus rebaños. Algunas matas de espinos rozaron sus piernas, pero no pudieron detener su andar. Fue bajando la cuesta guiándose ante la vista lejana de la blancura de Torvizcón, recostado entre las estribaciones de la sierra de la Contraviesa. Desde lo alto y dibujando grandes volutas con su vuelo, un águila la desafiaba con la estridencia de su fuerte y altisonante graznido. Por fin, llegó al borde del escarpado donde nace la escarihuela que llega hasta el legendario Guadalfeo que Luna vió transcurrir por el valle como una delgada cinta de plata. ..........

No hay comentarios: