martes, 3 de junio de 2008

Mora Luna (Primera Parte)

El cuento que a continuación relato está basado en un leyenda popular de la Alpujarra que recogió en un pequeño libro que él mismo encuadernó con "gusanillo" y del que vende ejemplares en algunos bares y tiendas de la zona, Carlos di Palma, es argentino, vino a la Alpujarra, la conoció, se enamoró de ella y se quedó allí, hace unos 5 años que le la última vez, estaba trabajando de camarero en un hotel rural de la zona de Mecina.

Lo coloco en mi blog por su especial interés para mi. Transcribiré el cuento entero en varias entregas.
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Viniendo de Ferreirola, a la altura del cementerio nuevo y mirando hacia la izquierda del camino puede verse una roca prominente que los lugareños llaman " Roca de la Mora Luna". Es posible acceder a ella a través de un paso ya bastante perdido por el desuso y la hierba. Parados al borde del abismo se contempla una interesante vista del barranco a lo que llaman "Caldero", en dirección a la vega de Orgiva, donde las nubes cobran altura. Sin embargo, la roca destaca mejor su volumen y magnificencia observándola desde abajo, desde el río Bermejo. Este discurre vigoroso y alegre desde las alturas de Pitres, y luego de graciosos saltos y rápidos serpenteantes, entrega sus aguas al caudaloso río Trevélez. Se llega a este punto a través de un hermosísimo sendero que une Fondales con Ferreirola. Casi debajo de la piedra, existe un pequeño puente. Desde esa posición, la piedra impresiona ya que se inclina desde su base en un ángulo bastante pronunciado que se acentúa mas en la cima, a unos diez metros de altura.

Mora Luna había nacido en un cortijo en los arrabales de Ferreirola. Cuando fue llevada a su bautismo y sus padres dijeron que por nombre llevaría el de Luna, el párroco apenas se molestó en señalar: "-...Tendrá un nombre cristiano.. se llamara María"- y así regresaron los pobres labriegos con su niña en brazos, pero el padre le dijo a su mujer, casi en secreto y con rebelde seguridad: "-pues para nosotros , se llamará Luna". Y así fue. Creció entre juegos y trabajos rurales, alimentada con soles, agua de fuente fresca, mieles silvestres y apetitosos cocidos alpujarreños. El aceitunado de su piel y el azabache de sus ojos y su pelo, mostraban claramente que por ella corría purísima sangre mora. Para el Pueblo era Mora Luna y poco a poco, la niña se fue convirtiendo en una mujer de singular belleza. Graciosa y alegre, comenzó a disfrutar la atracción que despertaba entre los mozos y no solamente de su pueblo. Cuando en el apogeo de las fiestas populares era invitada a bailar en solitario, se formaba un ruedo en torno suyo, salpicando generosamente el arte de su flamenco con cada vigoroso movimiento de sus caderas, o el mágico aletear de sus manos, -"!Bravo Mora Luna" ..."!Que gracia tienes niña!", eran las exclamaciones más frecuentes del improvisado publico, de hombres y mujeres, de jóvenes y viejos.

Y un día, esa humilde, codiciada y perfumada flor, despertó una profunda atracción en Pedro, el primo de Sebastian. Pedro era el menor de los hijos de una familia de ciertos posibles de Puerto Jubilei. Sus padres poseían importantes olivares en la ribera del Guadalfeo y un tío tenia cierta fama por los viñedos que labraba en Campuzano. Cuando el joven fue atraído por el delicado embrujo de Mora Luna, tomó por costumbre cada sábado por la tarde, venir a Ferreirola a pasar la noche en casa de su primo. "¿Habéis visto?- decía Sebastian a sus colegas - mi primo desde lejos nos viene a robar nuestra mejor flor". Pero a pesar de su encanto, para las mujeres del lugar, no era vista como una posible integrante de sus respectivas familias, sino casi como un peligro de que llegase a calentar la cabeza a alguno de sus hijos casaderos, cuando no la de sus propios maridos. Es que a pesar de que Mora Luna era querida, se la veía diferente al resto. Era común verla cruzar la plaza, descalza, con su cántaro al hombro y llegar a la fuente de cuatro picos, y una vez lleno, todos esperaban que el sobrante del agua fresca, salpicase su blusa y destacase entonces sus formas. También era atracción cuando lavaba ropa en el lavadero público. Los hombres trataban con miradas mal disimuladas, poder captar el momento en que por un descuido de ella y debido al rítmico movimiento del fregado, pudiesen ver y admirar el nacimiento y la turgencia de sus pechos. Pero a pesar de su simpatía, de la gracia de su sonrisa, de la negrura y brillo de su suelta melena, de sus ojos enormes, profundos y centelleantes y que con todos conversaba o realizaba improvisados paseos, nadie pudo decir, hasta la llegada de Pedro, que Luna Mora había brindado algo mas que sinceridad a cualquiera de los hombres del pueblo.. Su desenfado y espontánea alegría había marcado su singular carácter que le hacia tan diferente y esa diferencia iba mas allá del simple color de su piel..............

(La fotografía es de la Fuente Agria, cerca de Busquistar, también en la Alpujarreña de Granada)

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