sábado, 7 de junio de 2008

Mora Luna (Quinta y Ultima Parte)



Descendiendo, el delgado sendero trataba de confundirla, ocultándose a veces entre matas y Luna debía entonces retomar la huella perdida. Poco a poco, paso a paso comenzaron a dibujarse los tejados de Puerto Jubilei, rodeado de bien cultivados huertos y montes de frescos naranjos. Los tupidos cañaverales de la vera del río le impedían el paso. Intentó por aquí y por allá, hasta que finalmente su perseverancia tuvo éxito. El Guadalfeo se le presentó soberbio, ancho y correntoso y por un instante atemorizó a la niña. Por fin y dispuesta a no ceder al final de su camino, Luna remangó su falda y con un alarde de pertinaz imprudencia, cruzó el cauce que por momentos estuvo a punto de tumbarla. Dentro del irregular perímetro del caserío, Luna pregunto a un niño: -"¿Puedes indicarme cual es la casa de Pedro?" - "¿Cual Pedro?, ¿el que esta en Barcelona?" - "Si, ese Pedro"-"Pues es ese portal grande que esta allí" - le señalo el niño a la extraña. Mora Luna de acercó a la puerta y tomando con resolución la aldaba, golpeó tres veces. Unos instantes después sintió unos pasos y la pesada puerta se abrió. Bajo el dintel apareció una mujer de mediana edad secándose las manos con un paño que apenas vio a Luna, dibujó en su rostro un gesto de curiosidad y fastidio -"¿que buscas?" - "Quisiera saber si usted me podría dar noticias de Pedro" - Al punto, la mujer cesó de secarse las manos, arrojó el paño al suelo y puso sus puños apoyados en la cintura; midió una mirada desafiante a la niña y adoptó luego un aire de soberbia y desprecio, le dijo: ."Pues yo soy su madre ... y me imagino que tu deberás de ser Mora Luna..." - "Si, yo soy Luna" - contestó la niña con un hilo de voz. La mujer aguardo unos instantes tal vez gozando como goza un animal de presa cuando sabe que tiene a su víctima a su merced y luego sin saber de donde se le ocurrió la idea, le dijo con seguridad de fiereza: -"Pedro se casó en Barcelona hace tiempo y no volverá más, así que olvídate de él"-. La puerta se cerró con violencia. Mora Luna quedo inmóvil y una cortina negra y gélida pareció obnubilar su mente por un instante eterno. Luego dándose la vuelta, emprendió el camino de regreso. Sin saber como, llegó al río en un punto que no había acertado hallar en su camino de ida. El buen Guadalfeo le presentó un rosario de piedras que le facilitó el cruce y simultaneamente lavó con su agua fresca los delicados y cansados pies de Luna. Subió la escarihuela que parecía haberse ensanchado, permitiendo que la niña lo hiciera sin dificultad; ¡tan lejos estaba ella en sus pensamientos!.
Y ahí se la ve, caminando sola a su destino y el sol muriente de la tarde mengua su vigor para no agobiarla y se levanta una tenue y fresca brisa crepuscular que acaricia y juega con el lacio azabache de su pelo, como para copiar y luego teñir con él, a modo de mágico pincel, la negrura de la noche que se avecina. Cruzan el cielo bandadas de diminutos pájaros que retornan a sus nidos saludando con graciosos trinos el paso de la niña. El sendero se abre manso y las matas del abundantísimo esparto la acarician con el hilo de la suave seda de sus hojas, los romeros serranos y tomillos en flor, perfuman su paso. Antes de tomar el sendero hacia el puente, un pastor la saluda desde lejos: -"¡Luna, tu madre te esta buscando!"- y Luna sigue su paso sin contestar, ¿quien es su madre si no el aire fresco de las sierras, el agua de los nacimientos con su carga de frescura y vida, el andar cauto y sigiloso de la zorra, la magnífica destreza de la cabra montés y el eterno discurrir de los ríos?. Llega al medio del puente y se detiene... cierra sus ojos y entrelaza sus brazos y mientras esboza una triste y bella sonrisa, piensa en Pedro y la distancia se diluye el tiempo, se hace trizas y así se queda un momento como parte del paisaje mientas la tarde va dando sus últimos suspiros.. Luego continua su marcha ascendente, pero con la cruz de su profunda pena a cuestas y llega al pie de su monumental piedra que la observa con solemnidad. Con agilidad felina trepa hacia la cima. El crepúsculo le muestra su clásico espectáculo de rojos, amarillos y violetas-Mira hacia el sendero... pero en vano trata de divisar la pequeña silueta de Pedro en su mulo, -"¡Barcelona!"- exclama la niña en un suspiro y acto seguido inicia una delicada carrera hacia el abismo y extendiendo los brazos cual si fueran dos alas se lanza al vacío.... un golpe seco junto a las rocas al borde del río fue el fin del mágico y breve vuelo. Las sombras de la noche cubrieron con un piadoso manto de luto la trágica escena.
Un abundante surco de sangre joven se deslizó entre las piedras cual si fuera un cauce de generoso vino y el río Bermejo compasivo, fingiendo estar sediento, se apresuro a beberla; el rió Trevelez, luego, se ocuparía de llevar a Luna a conocer la enorme y salobre extensión de mar.

(Carlos Di Palma escribió este cuento en Marzo de 2003)

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